
Hay días en los que encontrar el pasadizo no es fácil. Las tardes se desgranan en vano sin más pena ni más gloria que la de dejarse morir lentamente. Entonces uno empieza a navegar a la deriva buscando alguna cosa útil con la que llenar el vacío que le va creciendo en la boca del estómago. Pero nada. Cada intento acaba convirtiéndose en una frustración más, hasta que el vacío es tan grande que te llega hasta la boca y se vierte a borbotones hasta formar un aura viscosa. Ahora tú eres vacío o, para ser más exactos, el vacío eres tú. Cuando eso ocurre no sirve de nada forcejear, ni intentar estirar los brazos y las piernas porque la viscosidad crece más que tú, es más fuerte que tú y se te adhiere como una segunda piel, como una placenta envejecida.
Hay temporadas, épocas enteras, en que las tardes de Cipriano son de este tenor. Se las ve venir porque las tareas más nimias empiezan a convertirse en abstrusas complejidades a prueba de la más santa paciencia y cualquier objeto, por más cotidiano que parezca, adquiere el pérfido hábito de ocultarse del ángulo de visión de su legítimo propietario para emerger, tras fatigosa búsqueda, a una distancia sospechosamente cercana de donde debía haber estado. Luego ya no hay remedio, la cosa resbala inexorablemente hacia el vacío, el estómago, la viscosidad y la placenta. Así que Cipriano acaba anclándose a un sillón con un salvavidas de vaso de whisky (sólo, dos hielos) y pipa larga a esperar que baje la marea y de pasadizo ni hablar.
Sin embargo, en los últimos tiempos Cipriano, fiel a la máxima metodológica empirista del ensayo y error, ha ido probando distintas vías de escape. La verdad es que los resultados no han sido muy alentadores (paseo no, jueguecito de ordenador tampoco, intento de localizar a amigos y conocidos menos...) y el final siempre tiene que ver con sillón y todo lo demás. Hasta que hace poco, casi por casualidad, a Cipriano le dio por abrir el procesador de textos y empezar a teclear. Así sin motivo, si por motivo entendemos tener algo que contar, pensar en un posible interlocutor o cosas por el estilo. Pero, al menos, la tarde se aligera, la viscosidad adelgaza y el vacío se encoge. Y, ¿quién sabe?, a lo mejor al final pasadizo o puente sí.
De todas formas, y en el peor de los casos, siempre le sale algo como esto.