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martes, 18 de agosto de 2009

Kamchatka.2 (a vueltas con la libertad).




“La libertad, es la libertad de aquél que piensa distinto.” Rosa Luxemburg.

“Si la libertad significa algo es el derecho de decir a los demás lo que no quieren oír.” George Orwell.

Como se puede comprobar, las últimas lecturas aquí en Kamchatka siguen enredadas en el peliagudo tema de la libertad. ¿Resulta curioso, verdad?, precisamente ahora cuando todo el mundo tiene perfectamente asumido que vivimos o viven en un país libre (sí hasta los milicos hondureños, nadie se priva). Quizás por eso resulta más urgente recordar las palabras y el pensamiento de los dos resistentes que encabezan esta entrada.

Del segundo podemos rescatar hoy su afán de búsqueda de la verdad a contracorriente. Siempre desde una posición minoritaria y enfrentada no sólo a las clases dirigentes de su tiempo sino a las tendencias mayoritarias de los movimientos revolucionarios de su época fascinadas por el estalinismo. ¿Sabíais que su inmortal Rebelión en la granja pasó de editorial a editorial progresista sin publicarse porque no era políticamente correcta?

De la primera da cuenta su propia vida. Mujer, revolucionaria de una revolución traicionada por la socialdemocracia de su país (¿qué raro no?), perseguida, encarcelada... Y aún así contraria a cualquier tipo de totalitarismo, aunque éste proviniera de un proceso revolucionario tan cercano a sus propias ideas como el soviético.

Muchas vueltas ha dado el mundo desde entonces, o quizás no tantas, pero aquí en Kamchatka nos preguntamos cómo hay que enjuiciar el mundo en el que vivimos a la luz de estos ejemplos. Qué pensar de la actual ley de partidos española, o del Estado pseudofascista que campa por sus respetos en Italia, de la directiva de la vergüenza en la Unión Europea, de los centros de internamiento de extranjeros en nuestro país, del apaleamiento de estudiantes en la Cataluña del tripartito, de la violencia empresarial de los despidos masivos...

Pero además de pensar, también habría que plantearse qué hacer. Porque aquí y ahora, con urgencia, es fundamental organizarse y luchar por la libertad. Por la libertad de los que pensamos o piensan distinto, por la libertad que se basa en el derecho inalienable de decirle a los demás lo que no quieren oír.

Por lo pronto, en Kamchatka, estamos dispuestos/as a luchar y morir por ello.

jueves, 6 de agosto de 2009

Kamchatka.1


“El derecho de expresar nuestros pensamientos, tiene algún significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios.” Erich Fromm. El miedo a la libertad.

Aquí en Kamchatka andamos preocupados por ese “temilla” de la libertad. Como buenos resistentes, quizás algo clásicos, siempre creímos que el gran problema, el verdadero problema, estribaba en conseguir que la gente piense. Puesto que de resistir se trataba, lo más importante para conseguir que el número de resistentes aumentara era intentar encender la luz del pensamiento en quienes nos circundaban. Y así, pacientemente iniciamos la labor de zapa (recordad al topo de Bensaid) de derribar muros de silencio e inopia, procurando forzar a nuestros conciudadanos al sano y extraño ejercicio de razonar.

¿Cuál fue nuestro principal descubrimiento?

No fue, desde luego, que había gente que no pensaba como nosotros. Kamchatka es un territorio abierto, si hay alguna vacuna necesaria para vivir aquí es la vacuna contra el totalitarismo. Por lo tanto, no nos gusta que a nadie se le diga lo que tiene que pensar, aunque ese qué pensar sea el nuestro (creo recordar que Lenin decía algo parecido).

No, nuestro principal descubrimiento fue que la mayoría de la gente pensaba..., pero casi siempre lo mismo. Sacaras el tema que sacaras había un nutrido grupo de lugares comunes que aparecían con una recurrencia atroz. Tal país es una dictadura y su presidente un dictador aunque hayan convocado más elecciones que nadie, el problema del paro es que la gente no quiere trabajar, los inmigrantes son peligrosos y sólo causan problemas, estos (los mismos) son los buenos y aquellos (los mismos también) son los malos.

Consternados por el hallazgo, echamos mano de la biblioteca y dimos con el amigo Fromm. Antiguo él, seguidor del psicoanálisis, pasado de moda como el que más, pero interesante, muy interesante. Allí encontramos la cita que encabeza esta entrada. Además de una abundante y razonada argumentación que, partiendo de principios que no tienen porqué ser los nuestros, ahonda en la cuestión de que el problema de la mayoría de las personas no es que no piensen sino que no tienen pensamientos propios. Las causas: sociales, económicas, políticas..., es decir, las que conforman el carácter del ser humano moderno (hoy ya “repostmoderno”) de tal forma que, reducido al aislamiento y a la impotencia para crecer siendo él mismo, muchas veces no encuentra más salida que ser lo que la sociedad espera que sea, o lo que es lo mismo, pensar lo que la sociedad quiere que piense. Teniendo en cuenta que dicho análisis es, nada menos, que de los años cuarenta del pasado siglo y valorando que la presión ideológica dominante no ha hecho más que subir desde entonces, habría que preguntarse hasta que punto cada uno de nuestros pensamientos (sí, tambien de los que habitamos Kamchatka) es auténticamente nuestro. Porque si hasta se nos roba lo que conscientemente consideramos más propio (nuestros pensamientos, emociones y decisiones) entonces ¿qué nos queda?, o ¿qué queda de nuestra querida y democráticamente consagrada libertad?

Nosotros, los de Kamchatka, ya andamos indagando dentro de nosotros mismos porque queremos ser más libres. Para los que seguís ahí afuera, una recomendación: cuando vayáis a emitir una opinión, así a bote pronto, pensad primero si verdaderamente es vuestra.

sábado, 20 de octubre de 2007

Kamchatka.0


Como dice Harry (el niño) al final de la de la película de Marcelo Pyñeiro, Kamchatka es el lugar donde resistir. Algo así es este escritorio, esta ciudad. El lugar donde resisto. El ámbito y el hábitat donde organizo o focalizo mi resistencia personal (la única que de verdad cuenta).

Porque resistir no es aguantar el chaparrón, ni sentarse al amor de la lumbre a esperar que pase la tormenta o a que vuelvan los buenos tiempos. Lo más probable es que la tormenta nunca acabe de pasar y que los buenos tiempos, si es que alguna vez lo fueron, nunca vuelvan.


Resistir es afianzar los pies en el suelo, hundir las raíces en las entrañas de la Madre Tierra y, con ese impulso, con esos jugos esenciales iniciar la paciente labor de zapa (como el topo al que toma como símbolo del resistente Daniel Bensaid). La labor que consiste en negarse a transigir, en decir un no grande y rotundo y, al mismo tiempo, trabajar diariamente en la apertura de senderos, en la construcción de galerías, en la paciente trabazón de complicidades a la espera de estar plenamente dispuestos, totalmente pertrechados, el día en que resistir no sea ya necesario.


Pero resistir... ¿para qué?, o mejor, ¿a qué? Se nos dirá que ya no estamos en la Argentina de 1.976 o en los oscuros años de la dictadura franquista. Se nos hará ver que los milikos ya no pasean su ferocidad obscena por las calles y que las reuniones clandestinas ya no acaban en los negros calabozos de la Guardia Civil...¿o sí?


Pues sí. Resistir precisamente a eso. A pensar que todo pasó. A creer que todo está en su sitio y que el mundo, la vida, nuestra vida, discurre plácidamente, con los sobresaltos estrictamente imprescindibles, por los únicos raíles posibles, por la vía natural que ninguna fuerza humana (o sobrehumana) debió nunca torcer o intentar enmendar.


Resistir a la ceguera de no querer ver la victoria y el triunfo. El triunfo y la victoria de quienes hacen del mundo comercio, de la vida negocio, del dolor moneda de cambio y de nosotros, de cada uno de nosotros, una fuente razonablemente perdurable de beneficio. Pero también a la ceguera de no saber ver que esa victoria, que ese triunfo, no son definitivos ni mucho menos irreversibles.


Resistir a dejar de ser yo, o tú, o él, o ella. Resistir a hundirnos y desvanecernos bajo las engañosas y alienantes etiquetas de consumidor, usuario, votante o ciudadano. Resistir a transmutarnos en escarabajos acumuladores de bienes y cosas, pero también acumuladores de miedo, del miedo cerval a perder los unos y las otras por un impredecible revés de la fortuna, o lo que es aún peor, por estar en el bando equivocado en el momento más inoportuno.


Resistir, en suma, a dejar de pensar y resistir a que nos digan cuándo, cómo y en qué sentido hacerlo.


Como sucede con todas las cosas verdaderamente importantes, cada cual debe buscar su lugar, su porqué, su forma de resistencia. La suya, la personal, la que cuenta. La que luego podrá compartir con otros o no. Después de mucho vagar, de mucho buscar, de tropezar para volver a recuperar el pie más veces de las que hubiera deseado; creo haber descubierto que mi foco de resistencia está aquí, en esta ciudad, en este escritorio, bajo el amparo de la forma informe de mi paredro.


Por eso seguiré luchando (o escribiendo, que para mí viene a ser lo mismo) para no dejarme llevar, para seguir diciendo que no y para que, como canta Silvio, el día del Armagedón me halle soñando bien alerta donde esté a salvo de perdón.


Por eso seguiré escribiendo desde Kamchatka.