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Así, sin más. Que al bueno de Cipriano ahora le ha dado por ser sociólogo, o lo que no es lo mismo, por estudiar sociología. Ahora, con sus cuarenta y tantos, se va a meter en esos berengenales...
Pues la verdad es que sí. Y, frivolidades aparte, me lo he pensado bastante. Probablemente eso de la búsqueda del conocimiento es algo que ya sólo se usa en las declaraciones oficiales, pero para algunos sigue siendo una necesidad, como para otros escribir, pintar, hacer deporte o viajar a lugares exóticos. Como nunca he creído en la otra vida, pienso que una de las mejores maneras de aprovechar ésta que tenemos es buscar algo de luz en la maraña de intereses y vanidades en la que nos ha tocado vivir. Afán de aprender, búsqueda de alguna certeza, vestigios de aquello que dio en llamarse autorealización... no sé como llamarlo. Pero el caso es que, ahora, por fin, estoy dispuesto.
Y, ¿por qué sociología? Quizás porque nunca me han atraído mucho los números exactos, o porque, en mi condición de eterno resistente, siempre he pensado que el primer paso para cambiar algo es conocerlo y comprender como funciona; y, desde luego, si hay algo que necesita un cambio urgente, éste es sin duda el entramado de relaciones económicas, afectivas y de opresión y poder que los humanos llamamos sociedad. No me gusta nada el mundo en el que vivo, el sistema que se me ha impuesto, y quiero hacer todo lo posible por contribuir a crear otro más justo, más libre e igualitario y para ello el conocimiento del que hablaba antes se me antoja fundamental.
El único problema es que me va a tocar empezar uno de esos grados nuevos del dichoso Plan Bolonia. No deja de ser una ironía que después de manifestar mi más rotunda oposición a semejante agresión mercantilista a la educación superior, ahora tenga que ser uno de los primeros en probar uno de sus planes de estudios. Pero, en fin, no siempre se puede elegir en qué condiciones se hacen las cosas.
Total, que en cuanto abran el plazo iré a la UNED a matricularme. Deseadme suerte.