
¿No lo ves?, si es un resentido... Ya está, eso es que en alguna reunión hay alguien que, mandando al carajo el buen gusto y el protocolo, suelta un exabrupto contra el Estado, la religión o cualquier otra forma de ejercer la opresión que forma parte de aquello que se ha dado en llamar: el orden natural de las cosas. Y es que, ya se sabe... de resentidos está el mundo lleno. No sé si ustedes lo habrán escuchado alguna vez, yo muchas veces.
En cualquier caso, a mí siempre me da por pensar si ese orden de las cosas es tan natural como habitualmente se proclama. A lo mejor resulta que ese orden natural sólo se percibe a través de esas gafas de realidad virtual con la que la mayoría de la gente parece vivir y en las que todo se reduce a la carrera por consumir la mayor cantidad posible de bienes y servicios con la mierda de sueldo que me pagan, porque, al fin y al cabo hay que vivir y eso es lo que te llevas. Desde esa perspectiva cualquiera que tenga el valor de mirar a la realidad sin los consabidos anteojos es, indudablemente, un resentido.
Pero si fuéramos capaces de realizar el gesto heroico de atrevernos a mirar con los propios ojos, nos daríamos cuenta de que el único sentimiento digno de ser llamado humano cuando uno contempla el mundo real, no es el del resentimiento sino el de la rabia. Rabia por los niños masacrados, rabia por las mujeres y los hombres humillados y vencidos, rabia por las fortunas amasadas con sangre y sufrimiento, rabia por la complicidad de aquellos que elegimos para que nos gobiernen. Rabia, en fin, ante el cenagal de explotación, sangre, miseria y dolor humano en el que chapoteamos a la caza del coche nuevo o de la próxima versión del videojuego de moda. Entonces, es muy probable que el orden establecido de las cosas nos deje de parecer tan natural y también muy posible que, acumulando toda nuestra rabia, realicemos por fin el acto de justicia y amor que hace falta para derrocarlo y cambiarlo por otro donde, al menos, todas esas aberraciones no sean necesarias para poder vivir con dignidad.
Por eso, para mí, la rabia no es ese sentimiento odioso que de forma tan superficial etiquetamos como resentimiento. Para mí, como para Silvio, la rabia es mi vocación, y continúo luchando y escribiendo (que al fin y al cabo sólo es otra forma de combatir) para que sea también la vocación de muchas más personas, por lo menos de todos aquellos y aquellas que no se conformen con buscar un rinconcito acogedor bajo la égida de ese imperio asesino de niños.