jueves, 6 de agosto de 2009

Kamchatka.1


“El derecho de expresar nuestros pensamientos, tiene algún significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios.” Erich Fromm. El miedo a la libertad.

Aquí en Kamchatka andamos preocupados por ese “temilla” de la libertad. Como buenos resistentes, quizás algo clásicos, siempre creímos que el gran problema, el verdadero problema, estribaba en conseguir que la gente piense. Puesto que de resistir se trataba, lo más importante para conseguir que el número de resistentes aumentara era intentar encender la luz del pensamiento en quienes nos circundaban. Y así, pacientemente iniciamos la labor de zapa (recordad al topo de Bensaid) de derribar muros de silencio e inopia, procurando forzar a nuestros conciudadanos al sano y extraño ejercicio de razonar.

¿Cuál fue nuestro principal descubrimiento?

No fue, desde luego, que había gente que no pensaba como nosotros. Kamchatka es un territorio abierto, si hay alguna vacuna necesaria para vivir aquí es la vacuna contra el totalitarismo. Por lo tanto, no nos gusta que a nadie se le diga lo que tiene que pensar, aunque ese qué pensar sea el nuestro (creo recordar que Lenin decía algo parecido).

No, nuestro principal descubrimiento fue que la mayoría de la gente pensaba..., pero casi siempre lo mismo. Sacaras el tema que sacaras había un nutrido grupo de lugares comunes que aparecían con una recurrencia atroz. Tal país es una dictadura y su presidente un dictador aunque hayan convocado más elecciones que nadie, el problema del paro es que la gente no quiere trabajar, los inmigrantes son peligrosos y sólo causan problemas, estos (los mismos) son los buenos y aquellos (los mismos también) son los malos.

Consternados por el hallazgo, echamos mano de la biblioteca y dimos con el amigo Fromm. Antiguo él, seguidor del psicoanálisis, pasado de moda como el que más, pero interesante, muy interesante. Allí encontramos la cita que encabeza esta entrada. Además de una abundante y razonada argumentación que, partiendo de principios que no tienen porqué ser los nuestros, ahonda en la cuestión de que el problema de la mayoría de las personas no es que no piensen sino que no tienen pensamientos propios. Las causas: sociales, económicas, políticas..., es decir, las que conforman el carácter del ser humano moderno (hoy ya “repostmoderno”) de tal forma que, reducido al aislamiento y a la impotencia para crecer siendo él mismo, muchas veces no encuentra más salida que ser lo que la sociedad espera que sea, o lo que es lo mismo, pensar lo que la sociedad quiere que piense. Teniendo en cuenta que dicho análisis es, nada menos, que de los años cuarenta del pasado siglo y valorando que la presión ideológica dominante no ha hecho más que subir desde entonces, habría que preguntarse hasta que punto cada uno de nuestros pensamientos (sí, tambien de los que habitamos Kamchatka) es auténticamente nuestro. Porque si hasta se nos roba lo que conscientemente consideramos más propio (nuestros pensamientos, emociones y decisiones) entonces ¿qué nos queda?, o ¿qué queda de nuestra querida y democráticamente consagrada libertad?

Nosotros, los de Kamchatka, ya andamos indagando dentro de nosotros mismos porque queremos ser más libres. Para los que seguís ahí afuera, una recomendación: cuando vayáis a emitir una opinión, así a bote pronto, pensad primero si verdaderamente es vuestra.

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