
Media mañana. En el supermercado del pueblo un hombre habla en voz alta en medio de un grupo de vecinos – mujeres en su mayoría – que esperan su turno alrededor del mostrador de la carne.
- ¿Huele?, pues claro que huele. Pero eso es lo que nos da de comer. O si no, ¿qué es lo que había aquí antes de que llegara la refinería? Cucarachas y muertos de hambre, eso es lo que había. Lo que pasa es que no sabemos lo que queremos. Agradecidos, eso es lo que deberíamos estar. Con lo que vale un puesto de trabajo hoy en día. Pero no, la gente haciéndose caso de cuatro hijos de mala madre que lo único que quieren es que todo se vaya a la mierda. Y es lo que yo digo, cualquier día esta gente se harta y coge el portante y... ¿entonces qué?, entonces a ver si vienen esos que chillan tanto a repartir puestos de trabajo. A ver. Venga Carmelo, despáchame ya que tengo prisa.
El auditorio se reparte entre los que callan y los que asienten con la cabeza. Nadie contesta.
Hacia el mediodía. En la playa varios chavales miran el mar sentados sobre el poyete que separa la arena de las primeras casas del pueblo. Algunas botellas de cerveza – unas vacías, otras todavía llenas – los acompañan. El rumor de las olas acompasa la circulación de un par de canutos que pasa de mano en mano, de boca en boca.
- Oye, ¿os habéis enterado de que va a haber una parada? Me han dicho que van a necesitar gente.
- Sí, a mí me llamaron la última vez. Pero tú sabes, quince días en una contrata y luego otra vez a la calle.
- Bueno, quince días son quinces días. ¿Adónde hay que apuntarse?, ¿dónde siempre?
- Sí, yo ya tengo preparados los papeles. A ver si esta vez hay suerte y nos llaman a todos.
- Ojalá. Aunque para mí que al Chito ni por esas. Desde que el padre salió en el programa ese diciendo lo que dijo, yo creo que le han echado la cruz a toda la familia para los restos.
- Joder, es que hay gente que no aprende nunca. Con esa gente no valen tonterías. Además, si no les gusta lo que hay pues es lo que yo digo, ahuecando... Oye tú, pasa ya la birra que no es un biberón.
Risas.
Por la tarde. Adentro, en una sala grande con una larga mesa central, la comisión habitual de vecinos se haya reunida con un representante de la dirección de la refinería. En esta ocasión vienen a solicitar la contribución anual para las fiestas del pueblo. La conversación es agradable. Justo cuando se les está indicando dónde debería ir ubicada la publicidad de la entidad, una puerta se abre. La figura del señor director traspone el umbral y tras él uno de los fotógrafos de la revista oficial encargada de difundir las actividades de la empresa. Todos se levantan y hay saludos y parabienes y palmadas en la espalda. Luego, cada cual ocupa el lugar que le corresponde y, a una señal del fotógrafo, miran a la cámara y sonríen.
Las sombras de la noche se ciernen sobre la plaza del pueblo. En el bar, los hombres – aquí sí ampliamente mayoritarios – hablan entre sí o miran la gran pantalla de televisión que preside el local. Apoyado en la barra, uno de ellos se dirige a voces a otros tres o cuatro dispuestos en semicírculo, mientras con una mano sostiene un tubo de cerveza, con la otra da golpes secos sobre la superficie de madera.
- Ecologistas, unos sinvergüenzas, eso es lo que son. Seguro que si los untan bien tragan igual que los demás. Lo que pasa es que los de aquí no vamos a aprender nunca lo que hay que hacer con los que vienen de fuera a darnos lecciones. El medio ambiente, la salud..., chorradas. El trabajo, y que la gente honrada tenga para comer, eso es lo único que importa, ¿o no?. Que la gente enferma y se muere, pues como en todos sitios, ¿o también va a tener la culpa de eso la refinería?, vamos, digo yo. Además, que siempre se han ocupado bien de las viudas y los huérfanos, que hasta los metían a trabajar. ¿O no os acordáis de Paco “El Rubio”?, y eso que el menda se lo buscó. Que había que doblar un turno, ahí estaba “El Rubio”; que había que meterse a soldar donde nadie quería, ahí estaba “El Rubio”, y sin medidas de protección ni nada, hasta que pasó lo que pasó. Pero es lo que decía la empresa, si el trabajador, que es el primer interesado, no toma medidas quién las va tomar. Todavía me acuerdo del día aquel que..
La noche se agiganta. Entre las brumas grisáceas, el ciclópeo e inorgánico ser llamado La Refinería continúa realizando las funciones para las que fue diseñado. Impertérrito, repite una y otra vez los mismos procesos mecánicos y químicos, ajeno a los hombres, a sus frustraciones y a sus bajezas, ajeno a la pequeña multitud de seres insignificantes que laboran en sus intestinos, ajeno a todo lo que no sea su rum-rum ensimismado, el trasiego continuo de fluidos por sus venas metálicas, sus exudaciones de animal enfermo. Mientras tanto, la bahía que lo circunda y que preexistió durante innumerables siglos antes de su llegada, se esfuerza por renovar el milagro cotidiano con los restos de vida que aún palpitan en sus entrañas acuáticas.