
“...porque la de creerse dotado de una grandeza latente es una forma cómoda de vivir.”
Italo Svevo. La conciencia de Zeno.
Cipriano se queda de piedra al leerlo. Esta sentado plácidamente en su sillón de lectura con la manta sobre las piernas, las zapatillas de paño en los pies y el ánimo tranquilo; y allí mismo, casi al principio, en la página 20, Svevo le tira a la cara en sólo media frase una de las verdades más vergonzosas de su vida. Así que Cipriano no tiene más remedio que volver sobre sus pasos y releerla una, dos, hasta seis veces. Y la conclusión siempre es la misma: cada una de las palabras parece estarle dirigida, como si el autor de forma subrepticia las hubiera insertado en el texto con la única intención de que él, casi cien años después, las descubriera, las reconociera y se las aplicara.
Que todos los seres humanos tienen que establecer pactos con la vida es una verdad universal para Cipriano, que tengan consciencia de ello ya es harina de otro costal. Pero en su caso ya no se trata de un problema de pactos, y mucho menos de ser consciente, que ser consciente, lo que se dice consciente, no hay duda de que Cipriano lo es. En su caso se trata más bien de claudicación. Esa es la verdad y esa es la vergüenza. Porque una cosa es pactar con la vida y otra claudicar ante ella. Lo otro, lo de la grandeza latente y la cómoda vida no son más que las consecuencias de la rendición primigenia.
Pero pongamos las cosas por su orden natural. Unas de las peculiaridades de Cipriano es la de sentirse llamado a hacer cosas grandes, cuestión que da por supuesta la capacidad de distinguir la grandeza o la pequeñez de las cosas mismas (de ahí lo de la consciencia), sin embargo, esta favorable predisposición siempre se ha visto aquejada de dos grandes rémoras o dificultades tan arraigadas en su forma de ser como la predisposición misma. La primera de las rémoras radica en el hecho de que Cipriano no se siente llamado a realizar una sola cosa grande, ni siquiera a un solo tipo de ellas. Así, desde que tiene recuerdo, ilusiones juveniles aparte, se ha sentido “tocado” por las más diversas musas: desde la excelsa guardiana de la sabiduría filosófica a la más recatada y doméstica de la ética, desde la lujuriosa musa de la literatura y la creación a la más áspera y procaz de la política. Total, que durante épocas consecutivas su vida ha ido discurriendo por diversos caminos que incluyen desde el del erudito paciente y concienzudo hasta desembocar en las tribulaciones del escritor en ciernes, sin menospreciar su vena política, tanto en sus aspectos teóricos como en su vertiente más ruda de militante activo. Incluso en algún momento llegó a verse convertido en un experto, aunque tardío, ajedrecista; eso sí, y no pregunten por qué, fumador de pipa. Si tenemos en cuenta que todas estas inclinaciones se han ido sucediendo sin menoscabo de sus responsabilidades laborales o sus obligaciones domésticas, la cosa no deja de tener su mérito. Lo que sucede es que, como es bien sabido, “el que mucho abarca poco aprieta” y de tanto deambular de aquí para allá o de cosa grande en cosa grande, Cipriano no ha podido profundizar suficientemente en ninguna de ellas ni ha podido salir adelante con ninguno de sus empeños, así aprendiz de todo y maestro de nada siempre le queda el regusto amargo de quien inexorablemente deserta a mitad de camino.
El segundo impedimento tiene más que ver con la cuestión de la voluntad, o más bien con la falta de ella. Ya no es sólo un problema de indecisión, sino de desaliento. Nada más adentrarse en el entramado de cualquiera de sus vocaciones y por muy firmes que sean sus principios y propósitos, cada pequeña dificultad, cada insignificante contratiempo que se cruza en su andadura constituye un doloroso jalón que va minando su férrea voluntad de triunfo. A partir de ahí los caminos se bifurcan y los procesos pueden ser de muy variada especie, pero casi siempre acaban concluyendo en dos posibles soluciones: o bien se ha elegido un camino equivocado y es mejor volver a otra de las sendas de desarrollo personal ya exploradas con anterioridad, o bien es llegado el momento de tomarse un largo descanso para retomar la travesía con fuerzas renovadas.
La resultante de esta combinación de fuerzas es que Cipriano, si bien de vez en cuando se obstina en recuperar alguna de sus líneas de trabajo, ha acabado por hacerse a la idea de que su grandeza existe pero en estado latente y que, por ser esta su naturaleza, es muy posible que esté destinada a no materializarse en resultado práctico u obra alguna. Esta conclusión, indudablemente consoladora, tiene además la ventaja de permitirle desenvolverse por el mundo con la cabeza alta y la mirada al frente, consciente de su valía y permitiéndole contemplar al vulgo en perspectiva, con una mezcla de superioridad y resentimiento por su evidente incapacidad (la del vulgo lógicamente) para reconocer y valorar sus innegables virtudes, manifiestas o no. Esta actitud, llevada más o menos en secreto, deja un sabor agridulce en las papilas gustativas de cualquiera pero hay que reconocer que es una forma cómoda de vivir.
Eso explicaría la estupefacción de Cipriano al saberse “descubierto” por un escritor muerto mucho antes de que él naciera, ese sería el motivo por el que ha releído la frase tantas veces intentando entenderla dentro y fuera de contexto, dejando que la sorpresa diera paso a la indignación. Porque, al fin y al cabo, quién es ese tal Svevo para ir aireando las vergüenzas de nadie...
- Qué pena – murmura Cipriano mientras se dirige a la cocina para servirse el vaso de whisky de antes de acostarse.
1 comentario:
Sencillamente genial.
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