
“El narrador quiere saber y por eso narra”.
Belén Gopegui. La conquista del aire.
Si hemos de ser narradores entonces... narremos. Narremos las historias que subyacen o se filtran en la Historia (con mayúsculas de oficial), contemos nuestros particulares descensos a las sentinas de nuestras vidas vulgares o de las vulgares vidas de los demás. Asumamos que el más pobre de los mortales en su estado de alienación más extremo es capaz de crear, que quizás ya a bordo del vagón que nos encarrila hacia las regiones del sueño todo hombre y toda mujer han parido alguna vez un verso, un minúsculo cuento o una sola frase que les es propia.
Narremos usando y abusando de nuestra libertad. De nuestra capacidad de decir y de contar lo que nos venga en gana, pero también de la libertad orwelliana que consiste en “el derecho de decir a los demás lo que no quieren oír”. La libertad que nos garantiza que lo que contemos podrá ser bueno o malo, compartido o no, podrá correr veloz al encuentro de quien lo lea o arrastrarse apoyándose en las muletas de nuestra impericia. Pero que en cualquier caso será completamente, irrevocablemente nuestro.
Narremos con sinceridad, sin subterfugios, con la lealtad que nos debemos a nosotros mismos. Para que, al menos en el terreno de la ficción, podamos caminar sin tendernos trampas, sin esa suerte de venda traslúcida que nos solemos colocar para andar por la vida, conscientes de que es preferible la tibieza agridulce del engaño a la contemplación descarnada de los horrores que nos rodean. No sea así entre nosotros, hagamos el esfuerzo de querer mirar, corramos el riesgo de convertirnos en estatuas de sal ante la visión de un mundo con dios pero sin hombres, repleto pero vacío. Y contemos cuanto veamos, sabedores de que nuestra mirada será única, esperanzados en que nuestra voz (débil, sesgada, inconexa si se quiere) pueda contribuir a que otras vendas caigan, a que otros ojos miren.
Narremos para saber. Porque hemos sido abandonados en territorio hostil sin brújula ni manual de instrucciones, extraños en un proyecto frustrado de paraíso. Necesitamos buscar las salidas, trazar caminos, componer lo descompuesto. Necesitamos saber. Y por eso narramos insatisfechos, a la espera, investigando nuestros deseos y nuestras acciones (y los deseos y las acciones de otros), ansiosos de ver si en ese constante entrecruzarse de historias somos capaces de hallar tierra firme, el reducido pero imprescindible espacio en el que hacer pie para catapultarnos hacia otra cosa que no sabemos lo que es pero que sí sabemos lo que no queremos que sea.
Narremos por necesidad, narremos para vivir, narremos para poder gritar, narremos como nuestra forma particular de luchar o de sufrir.
Entonces...
Érase una vez,
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